La Casa de la Sabiduría

Daría todo lo que sé, por la mitad de lo que ignoro.
René Descartes

Había una vez en un país lejano una magnífica casa, donde cada día acudían sabios del mundo entero para compartir historias, ideas, creencias y hábitos…

Así empezaría nuestro cuento, si fuera imaginario; sin embargo, en los años 800 d. C. esta casa realmente existía.

Fue creada durante el califato Abasí en Bagdad. Algunos dicen que era la biblioteca privada del califa Harún al-Rashid, que había encargado a muchos eruditos, de diferentes países, culturas y religiones, recopilar obras científicas y religiosas. Otros comparten la hipótesis de que el califa quería crear un punto de encuentro para los sabios de la época, y que su objetivo no era guardar para sí informaciones preciosas, sino enriquecer los conocimientos y la cultura a nivel mundial.

Lo cierto es que la Casa de la Sabiduría lo era todo en los años del Renacimiento islámico: una enorme biblioteca que conservaba las obras más valiosas de aquellos tiempos, un lugar intelectual donde se unían las mentes más avanzadas, una escuela, tanto para discípulos, como para maestros, y, muy importante, un gran centro de traducción.

Allí trabajaban, codo a codo, los seguidores del Movimiento de traducción greco-árabe, junto con otros traductores de persa, indio, sánscrito, asirio, etc.

La traducción era una tarea muy meticulosa. Los traductores estaban divididos en grupos según su formación a nivel lingüístico, cultural, científico y religioso. Al terminar el trabajo, el manuscrito se entregaba a escribanos, que, con una caligrafía perfecta, recopiaban los textos y unían las páginas bajo una cubierta, decorada con sutileza y elegancia.

Los textos de Galeno, Hipócrates, Aristóteles, Platón, Ptolomeo, entre otros, fueron accesibles para los científicos árabes gracias a las traducciones realizadas en la Casa de la sabiduría. Estas traducciones, concienzudamente cuidadas, eran la espina dorsal de la ciencia árabe y mundial.

En el año 1258, el ejercito mongol, dirigido por el nieto de Gengis kan, invadió la ciudad de Bagdad. La Casa de la Sabiduría fue destruida. Cuenta la leyenda que los mongoles tiraron tantos libros en el río Tigris que durante seis meses el río tenía las aguas negras.

Algunos de los libros escritos en griego, que no se conservaron durante los siglos en su versión original, corrieron el riesgo de la interpretación del traductor. A veces, los traductores de la época añadían sus propias ideas y comentarios en el texto traducido. Pero, no debemos culparlos, porque la traducción es un proceso creativo en que, queramos o no, siempre ponemos algo de nosotros.

Y sean como sean las traducciones que se han conservado y han marcado la historia, no debemos juzgar a sus autores, sino estar agradecidos y no olvidar en ningún momento la gran contribución de todos aquellos sabios al conocimiento mundial.

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